viernes, 26 de septiembre de 2014

La hija del viento

Comparto un homenaje breve que hicimos con mi gran amiga Cecilia Mancuso, a 42 años de la muerte de Alejandra Pizarnik, en La Izquierda Diario

La hija del viento



Un 25 de septiembre de 1972, moría Alejandra Pizarnik. Hija de Elias y Reizia, nacida en Argentina, Alejandra se convirtió en una de las más importantes poetas de nuestro país. Nunca pudo terminar sus estudios en la Facultad de Filosofía y Letras, a la que ingresó en 1954. Enseguida se destacó por la belleza y la profundidad de su poesía; su escritura y su capacidad de conmover con pocas palabras la llevaron rápidamente al reconocimiento de todos los poetas y escritores contemporáneos a su tiempo. Alejandra escribía para exorcizar sus propios fantasmas, para ella "escribir un poema es reparar la herida fundamental, la desgarradura. Porque todos estamos heridos"

El paso de Alejandra por la Sorbona (París) en la década del ’60 la llevó a conocer al gran escritor Julio Cortázar con quien tuvo una profunda amistad hasta su muerte.

De 1962, en Diarios de Alejandra Pizarnik (Lumen), se puede leer este pasaje “Cuando yo muera, ¿quién me va a decir?”

― Cuando me muera muy pronto, si alguna vez muero, no recordarán el olor a tristeza del río, no recordarán el gusto del vino atado a la lengua, no recordarán el color de la noche en los ojos de los ahogados sino que recordaran mi voz, mis palabras que flotan como máscaras, como cáscaras vacías que nunca contuvieron nada, y recordarán mis ojos verdes que pagaron al amor el más alto tributo, y recordarán mi nombre que significó mucho para quien lo llevó como un arma en la noche de los grandes reconocimientos y del dolor sin desenlace. Así me dejé volar como tantas otras noches similares.

Muchas son las obras que conmovieron a toda una generación y cuyos significados y belleza transcurrieron en el tiempo hasta nuestros días. Una mujer que supo conmover, poniendo en palabras la lucha interior a la que se entregaba, sus deseos, sus contradicciones y sus temores más profundos. Leer a Alejandra Pizarnik es zambullirse en ese mundo interior cruzado por la tragedia pero también por un profundo sentimiento de amor a la vida, de respeto a las mujeres que vivieron y lucharon contra demonios internos y externos antes que ella.

"Soy mujer. Y un entrañable calor me abriga cuando el mundo me golpea. Es el calor de las otras mujeres, de aquellas que no conocí, pero que forjaron un suelo común, de aquellas que amé aunque no me amaron, de aquellas que hicieron de la vida este rincón sensible, luchador, de piel suave y tierno corazón guerrero”

Un día como hoy pero de 1972, a los 36 años, Alejandra estaba internada en un hospital psiquiátrico y se quitó la vida con una gran ingesta de pastillas. Probablemente nunca recibió la carta donde Julio Cortázar le daba fuerzas para seguir viviendo: "Yo te reclamo, no humildad, no obsecuencia, sino enlace con esto que nos envuelve a todos, llámale la luz o César Vallejo o el cine japonés: un pulso sobre la tierra, alegre o triste, pero no un silencio de renuncia voluntaria. Sólo te acepto viva, sólo te quiero Alejandra".

La perdimos muy joven. Obsesionada con el tiempo, todo lo hizo muy joven Alejandra. Empezó a escribir siendo todavía una niña, y tal vez por eso nunca dejó de jugar maravillosamente con las palabras.

Acá se pueden leer algunos de sus mejores pasajes.

http://alejandrapizarnik.blogspot.com.ar/


jueves, 18 de septiembre de 2014

Anamnesis


De golpe, la enfermedad se retira de tu cuerpo. Se fue la fiebre, se fue el dolor. Se retira y te deja tu cuerpo, así como es. Se retira y te deja con vos. Con tu cuerpo. Húmedo tu cuerpo, excitado tu cuerpo. Un cuerpo que desea, pero no. Un cuerpo que quiere ser deseado, pero no. Un cuerpo sin deseo.
Se retira y te deja con vos. Y por tu cabeza se traviesas las ideas, que aclaran, que confunden. Como aviones que se estrellan las ideas en tu cabeza. A tanta velocidad que ya no las podes escribir.
Y tenés que escribir o morir. No podés vivir sin escribir. Sin esas ideas, que aparecen. ¿Y si es amor? Y si fue amor todo este tiempo? Y tu cuerpo que desea. Sola. Y tu cuerpo que desea y se descompone por dentro. Y no hay nadie ahí para sanarlo. Estás vos. ¿No hay nadie? No está quien tiene que estar, ¿por qué tiene que estar? Quedó un pagaré del amor, una deuda que cobra intereses todos los días. Una deuda que te descompone el cuerpo por dentro.
Pero se fue la enfermedad y ya no estás triste como la noche anterior. Estás sola, como la noche anterior, como muchas noches anteriores. 
Las ideas como bombardeo, algunas te mataron, a otras las resististe, y las escribís. Como se pueda las escribís, como te animás las escribís.
Y escapar fue escapar. Pero fue conciente. Te fuiste de una vida posible que no era la vida que querías. Te fuiste del pasado, del pueblo, de la familia, te fuiste y volvés, una vez cada tres meses. Volvés y reafirmás. Escapar no es escapar cuando uno sabe a dónde va. Aunque no siempre llegue a donde sabe que va. Aunque llegue un poco, aunque en el camino quedó tu cuerpo, y el deseo. ¿Y si es amor?

martes, 16 de septiembre de 2014

Un hallazgo (sobre el lenguaje que nos reconcilian con el pasado)

Empieza con Macedonio. Sigue en la infancia donde perderse era "encontrar, después del miedo, la certeza de que perder una camino es descubrir otro".
La pluma fascinante, como un embrujo, de Germán García en Nanina y una imagen que ya aparecio dos veces en una misma semana: "La figura de la pelota en el aire fue parte de nuestro lenguaje de signos invisibles a los mayores". El lado oscuro del corazon empieza con Dylan Thomas y de nuevo la imagen: "La pelota que arroje cuando jugaba en el parque aun no ha tocado el suelo".
Y aca andamos, pasados los 30, reconciliandos con nuestra infancia, con el pasado.  Una buena forma de poner sobre los pies la angustia que dejó Alan Pauls con su novela.

sábado, 23 de agosto de 2014

Dame la mano



Cuando arda el amor,
no estaré a tu lado,
estaré lejos.

Será por cobardía,
por no sufrir,
por no reconocer que no supe
cambiar todo esto.

Arderá el amor;
arderá su memoria
hasta que todo sea como lo soñamos
como en realidad pudo haber sido.

Pero yo ya estaré lejos.
Será tarde para lamentos
y nadie podrá todavía asombrarse
de lo que tiene.

Antes que nada, antes
de sospechar,
vivamos esto, que más no sea, y que
por ahí es demasiado.

Vivir, sin
que nadie admita; abrir el fuego
hasta que el amor, rezongando, arda
como si entrara en el porvenir.

Carta muy abierta a Francisco Urondo


Por Julio Cortázar


[Publicada en Liberation, 1973]

Parece, según noticias de buena fuente, que de un tiempo a esta parte, no es nada fácil dar con vos personalmente. Siempre fuiste un poco jodón, pero en este caso estoy convencido de que no tenés la culpa de que los amigos no puedan tomarse un vinito con vos, y como no soy rencoroso te escribo, Paco, con la seguridad de que muy pronto has de cambiar de conducta y no solamente aceptar visitas sino incluso devolverlas. A la espera de todo eso te voy a hacer rabiar un poco, porque si a vos no se te puede ver resulta que a otros si, y a lo mejor te divierte que te cuente como me las arreglé en Quito hace apenas dos meses, para ir a pegarle un abrazo a Jaime Galarza. Yo a este punto ya lo conocía de París, no personalmente pero allá, lo sabés de sobra, somo muchos los latinoamericanos que se juntan y hablan y por ahí van saliendo algunas cosas, pavaditas, claro, no vamos a exagerar. Y los ecuatorianos me habían contado cosas de Galarza, yo lo había leído y de golpe zás, El festín del petróleo. Nada, doscientas páginas poniendo en claro lo que a mucha gente le interesaba mantener oscuro, el invariable escamoteo de una riqueza casi increible, pactos y contratos y consorcios y cualquier cosa menos petróleo del Ecuador para los ecuatoriños. Vos te imaginás las consecuencias del libro: por un lado la edición que se agota antes de que haya tiempo de secuestrarla, y por otro una maquinita bien montada, Jaime Galarza a la cárcel como”cómplice intelectual” de una operación más bien movida en un supermercado. Todas estas cosas se repiten tanto que uno tiene la impresión de estar contando siempre lo mismo, en todo caso si te aburrís chiflame. Lo fuí a ver, y resultó más fácil de lo que pensaban algunos. Fuí con la rubia Mireya (como irrespetuosamente la llamaste vos alguna vez a mi compañera), porque esta lituana loca no es de las que me deja ir solo a lugares de mala fama. Y como mala, es mala, algo sabés de eso, te sacan el pasaporte a la entrada y vos pensás que por ahí se les pierde, esos descuidos penosos. A Jaime lo encontramos con otros huéspedes del hotel y algunos amigos, entre ellos por extraña coincidencia un periodista que visitaba a otro detenido y que al día siguiente dió la noticia a tres columnas, cosa que te probará la utilidad de esa clase de circunstancias. Hablamos largo de Festín y de otros petróleos de este continente, yo aprendí algunas cosas que acaso serán útiles cuando vuelva a Francia, y además, hubo todo eso que hoy no puede haber entre vos y yo, ese quedarse callados, mirándose como nos miramos los amigos, con esa mirada que no tendrán nunca los que nos separan. Me fuí, claro, pero me fuí sabiendo que de alguna manera no me iba, y que también Jaime se iba conmigo en esa zona del corazón que está para siempre a salvo de los cercos, las rejas y el odio. Cambiamos un par de libros y abrazos, la rubia Mireya organizó como sólo ella sabe hacerlo un sistema perfecto de postes restantes, revistas, publicaciones y antibióticos para la muchachada de a bordo. A mi pasaporte no le faltaba ni un sello a la salida, y más bien pienso que tenía uno de yapa. Ahora sé quién es de veras Jaime Galarza, ahora me siento más fuerte porque su prisión, las cicatrices de la tortura en sus muñecas, serán como tantas otras cosas, parte de mi fuerza. Y si te cuento esto, Paco viejo, es porque sé que te gustará leerlo y que para vos será como si te hubiera visitado, como si también vos y yo hubiéramos fumado juntos un rato, mirándonos con nuestra sorna de porteños. Y también porque otros leerán esta carta, cerca o lejos de vos, y comprenderán que de alguna manera quise estar con todos, y que mi abrazo con Jaime es el que todos nos damos y nos daremos siempre, hoy de lejos, mañana en esa calle abierta en que nos encontraremos para seguir el largo, necesario y hermoso camino que lleva a nuestro sueño.

Julio.

viernes, 1 de agosto de 2014

Del reino de la necesidad al reino de la libertad


"El género humano tiene derecho a estar orgulloso de sus Aristóteles, Shakespeare, Darwin, Beethoven, Goethe, Marx, Edison, Lenin. ¿Pero por qué estos hombres son tan escasos? Ante todo, porque han salido, casi sin excepción, de las clases elevadas y medias. Salvo raras excepciones, los destellos del genio quedan ahogados en las entrañas oprimidas del pueblo, antes que ellas puedan incluso brotar. Pero también porque el proceso de generación, de desarrollo y de educación del hombre permaneció y permanece siendo en su esencia obra del azar; no esclarecido por la teoría y la práctica; no sometido a la conciencia y a la voluntad.
La antropología, la biología, la fisiología, la psicología, han reunido montañas de materiales para erigir ante el hombre, en toda su amplitud, las tareas de su propio perfeccionamiento corporal y espiritual y de su desarrollo ulterior. Por la mano genial de Sigmund Freud, el psicoanálisis levantó la envoltura del pozo nombrada poéticamente el “alma” del hombre. ¿Y qué nos ha revelado? Nuestro pensamiento consciente no constituye más que una pequeña parte en el trabajo de las oscuras fuerzas psíquicas. Buzos sabios descienden al fondo del océano y fotografían la fauna misteriosa. Para que el pensamiento humano descienda al fondo de su propio océano psíquico debe iluminar las fuerzas motrices misteriosas del alma y someterlas a la razón y a la voluntad.
Cuando haya terminado con las fuerzas anárquicas de su propia sociedad, el hombre trabajará sobre sí mismo en los morteros, con las herramientas del químico. Por primera vez, la humanidad se considerará a sí misma como una materia prima y, en el mejor de los casos, como un producto semiacabado físico y psíquico. El socialismo significará un salto del reino de la necesidad al reino de la libertad. También es en este sentido que el hombre de hoy, lleno de contradicciones y sin armonía, franqueará la vía hacia una nueva especie más feliz."

León Trotsky, en ¿Qué fue la Revolución Rusa? (1932)

martes, 24 de junio de 2014

Muy cerca de la perfección. Parte 2

Era la primera vez que sentía sus manos sobre mi cuerpo. Había construido en mi cabeza tantas veces ese momento que ahora que sucedía, me parecía completamente irreal. Tal vez eran las drogas, tal vez la situación, pero aunque estábamos rodeadas de gente, en el momento en que nuestros labios se encontraron desapareció todo lo que había a nuestro alrededor. Ni Eva, ni Pedro, ni Tomás estaban ahí, pero estaban, y el hecho de estar cogiendo todos juntos, hacía mi encuentro con Ana mucho más excitante. Y había sido ella la que me había seguido. Esta vez, después de tantos momentos de intimidad compartidos, que sólo quedaban en palabras y complicidades, Ana se había decidido a seguirme. Aunque fuera sólo por esa noche, sólo por ese momento, todo el resto había valido la pena. Nos miramos como si fuera la primera vez que nos conocíamos y bastó un gesto para entendernos: necesitábamos un momento solas, para descubrirnos en otra intimidad, que habíamos ansiado en secreto todos estos meses viviendo juntas, y que Ana recién se disponía a asumir. Me agarró la mano y esta vez fui yo la que la siguió hasta el baño. Desde que se había despertado, Ana no se había fijado en nada más, ni siquiera había notado que nuestra fiesta se había ampliado, con la incorporación del pelado experto en masturbación y el morocho de pectorales marcados que seguían haciendo gemir a Be de un modo bastante peculiar. Nos encerramos en el baño y frente al espejo, que tuvimos la suerte de que era enorme, recorrimos cada rincón del cuerpo de la otra. Chupé los pequeños pechos de Ana, di mordiscos a sus pezones y sentí como se le endurecían mientras un escalofrío le recorría el cuerpo, que se erizó completo. La recorrí con mis manos, hurgué con mis dedos entre sus nalgas, sentí los pliegos de la piel de su concha humedecerse más ante cada caricia. La curva de su cintura era bellísima también al tacto, y sus piernas se hicieron interminables entre mis dedos. ¡Que placer sentí sólo cuando me rozó con la punta de sus dedos, cuando me hizo el amor en las manos, sólo con sus dedos! El resto fue la mejor experiencia sexual de mi vida, mejor que la que habíamos dejado en el cuarto contiguo, mejor que todas las que no pudimos tener después.
Nos dimos una ducha y mientras nos secábamos, Ana quiso mirar por la cerradura cómo seguía todo sin nosotras, podía tener su encanto ver una fiesta de la que fuimos parte, pero esta vez como testigos ocultas, como cuando fisgoneamos de chicas en los cuartos ajenos, para entender que era todo eso del sexo, sin que nadie nos viera.
Yo la tocaba mientras ella miraba por el ojo de la cerradura. De repente siento que agarra mi antebrazo con mucha fuerza, para que pare. Parecía como si hubiera visto un fantasma: la cara se le puso pálida de golpe, se le desfiguró. Toda Ana se puso oscura, tenía la mirada perdida y la boca que antes sonreía húmeda y carnosa, ahora era una línea dura, apretada, casi blanca. No escuchó ninguno de mis llamados, ni cuando le pregunté qué pasaba, la tomé de los brazos para que me mire pero se soltó, salió casi corriendo del baño cerrando la puerta detrás suyo, conmigo adentro.
Cuando salí del baño atrás de ella ya tenía el cuchillo dentro del vientre del morocho de los pectorales, que sangraba a chorros en el piso, mientras Ana sacaba el cuchillo lentamente y volvía a clavarlo con rabia, mirándolo a los ojos. No escuchó mis gritos, ni los de Be, que intentaba separarla de cuerpo ya casi sin vida del hombre, que nunca habló, que tampoco le sacaba los ojos de encima a ella. De fondo, seguía sonando Miles Davis.

sábado, 21 de junio de 2014

LA PURA VERDAD

Paco Urondo

Si ustedes lo permiten,
prefiero seguir viviendo.
Después de todo y de pensarlo bien, no tengo
motivos para quejarme o protestar:
siempre he vivido en la gloria: nada
importante me ha faltado.
Es cierto que nunca quise imposibles; enamorado
de las cosas de este mundo con inconsciencia y dolor
y miedo y apremio.
Muy de cerca he conocido la imperdonable alegría; tuve
sueños espantosos y buenos amores, ligeros y culpables.
Me avergüenza verme cubierto de pretensiones; una gallina torpe,
melancólica, débil, poco interesante,
un abanico de plumas que el viento desprecia,
caminito que el tiempo ha borrado.
Los impulsos mordieron mi juventud y ahora, sin
darme cuenta, voy iniciando
una madurez equilibrada, capaz de enloquecer a
cualquiera o aburrir de golpe.
Mis errores han sido olvidados definitivamente; mi
memoria ha muerto y se queja
con otros dioses varados en el sueño y los malos sentimientos.
El perecedero, el sucio, el futuro, supo acobardarme,
pero lo he derrotado
para siempre; sé que futuro y memoria se vengarán algún día.
Pasaré desapercibido, con falsa humildad, como la
Cenicienta, aunque algunos
me recuerden con cariño o descubran mi zapatito
y también vayan muriendo.
No descarto la posibilidad
de la fama y del dinero; las bajas pasiones y la inclemencia.
La crueldad no me asusta y siempre viví deslumbrado
por el puro alcohol, el libro bien escrito, la carne perfecta.
Suelo confiar en mis fuerzas y en mi salud
y en mi destino y en la buena suerte:
sé que llegaré a ver la revolución, el salto temido
y acariciado, golpeando a la puerta de nuestra desidia.
Estoy seguro de llegar a vivir en el corazón de una palabra;
compartir este calor, esta fatalidad que quieta no
sirve y se corrompe.
Puedo hablar y escuchar la luz
y el color de la piel amada y enemiga y cercana.
Tocar el sueño y la impureza,
nacer con cada temblor gastado en la huida
Tropiezos heridos de muerte
esperanza y dolor y cansancio y ganas.
Estar hablando, sostener
esta victoria, este puño; saludar, despedirme
Sin jactancias puedo decir
que la vida es lo mejor que conozco.

jueves, 19 de junio de 2014

Aprendizaje



Contradictoriamente el que parecía el trabajo más simple es el que más me cuesta llevar adelante. Fui pateando la autobiografía junto con las semanas, quién sabe por qué.

Durante algún tiempo creí que eso de escribir no se aprendía, que era sólo producto de una inspiración y una capacidad casi mágica de escribir bien. Cosa que además, nunca consideré que podía hacer. De chica escribía cuentos: me gustaban los policiales, tal vez por la influencia de Poe, y uno de los primeros recuerdos que tengo asociados a algo escrito por mí, fue cuando el profesor de Literatura de 8°, me dijo que por qué no me dedicaba a eso. Hay que admitir que en ese momento me hinché de orgullo por el comentario y por el cuento que había escrito, que tendría que buscar en la próxima visita a la casa de mi padre; pero nunca creí viable lo de "dedicarme a eso".

Sí me dediqué a leer, apasionadamente, y me sentí mucho mejor cuando me enteré que Borges siempre pensó de sí mismo que era mucho mejor como lector que como escritor. Fue suyo el primer libro "de grandes" al que me acerqué. Debía tener 11 o 12 años cuando encontré una edición del '68 (¡que año!) de Ficciones, que todavía tengo, revolviendo entre unos libros viejos en la casa de mis tías. A partir de ahí encontré la forma de sobrellevar mi adolescencia y la adolescencia del mundo a mi alrededor, que detestaba. Lo leí completo, pero recuerdo que no entendí nada, o entendí que no iba a ser fácil entrar a Tlön. Me culpé a mí misma por eso, me exigí volver a leerlo cuando pudiera apreciarlo, y me invadió una profunda frustración, la primera de mi vida. Pero causó una impresión tan profunda, que a esos cuentos debo no sólo mi amor por la literatura sino el interés por la física cuántica, los universos paralelos y las discusiones sobre el tiempo. No sé si ese mismo verano, o al siguiente, me encontré con El libro de arena, lo agarré con miedo, con respeto, y cuando terminé el primer cuento, El Otro, y entendí, algo pero entendí, me reconcilié con Borges, quien se convertiría en uno de mis escritores preferidos. Todavía recuerdo nítidamente el impacto que me causó el recurso de encontrarse con uno mismo en el pasado y en el futuro. Unos años después nos tocó leerlo en el colegio y descubrí que siempre se puede aprender y entender más con cada lectura, que cada cuento de Borges tiene infinitas lecturas.

El otro gran escritor que devoré esos años de mi adolescencia fue Cortázar. Fue distinta mi relación con él, a Borges lo fui leyendo de a poco, respetuosamente, me llevó varios años, y todavía no termino. En cambio a Julio me le avalancé con todas las hormonas de mi adolescencia encima. Fue amor a primera vista con Ómnibus: terminé el cuento y no podía creer como esas pocas páginas podían impactar tanto, y dejarme pensando horas y días sobre el cuento, sobre qué representaban las flores, sobre lo identificada con Clara que me había sentido: una adolescente que pasaba cada sábado leyendo en su casa mientras sus amigas, todas menos una, iban a bailar. A los pocos días me compré la edición de Alfaguara de los Cuentos Completos, que leí sin parar uno atrás de otro. Y que sigo leyendo cuando necesito despejarme y volver a sentir ese placer particular que me produce leer los cuentos de Cortázar. Casi tanto como Rayuela y sus divagaciones, casi tanto como pasear por París con la Maga y Horacio, o como encontrar en sus páginas las palabras perfectas para decirle a alguien lo que le quiero explicar sobre el amor, sobre la amistad, sobre el puente que no se sostiene de un solo lado.

Hablar de literatura, tal vez por la propia Rayuela, siempre me lleva a hablar de París, de una París que conozco por los libros y los sueños, y que aún no tuve el placer de conocer por mi propia experiencia: una cuenta pendiente que por ahora compenso con Hemingway (que en estos días también me está transportando a España y a la guerra civil con Por quién doblan las campanas, y dejé suspendidos en el tiempo a Robert Jordan, María, Pilar y sus milicianos a punto de volar el puente para hacer este trabajo), Miller y Simone de Beauvoir y Los Mandarines.

De esa época también recuerdo a Dostoievski, a la edición de Crimen y Castigo de la Nación, que junto con la colección de Clarin, puso sobre mi horizonte el mundo de los clásicos de la literatura universal, al que no hubiera accedido tan pronto de no ser por ellas. ¡Como me costó pero como disfruté leer a Dostoievski! Junto con él vinieron Tolstoi, Goethe, Dante y Shakespeare. El teatro de Shakespeare rompió todos mis prejuicios con ese género, y también devoré -ya en los últimos años de secundaria y el primero de la facultad- muchas de sus obras, que me parecieron sorprendentemente contemporáneas. ¡Que agradable sorpresa fue encontrarlas citadas en los libros de Marx!, en los que estaba incursionando mientras descubría la otra gran pasión y el motor de mi vida que es la militancia revolucionaria.

Me pasaba que me agarraban enamoramientos con algunos escritores, los leía casi hasta agotarlos, y me invadía después la desilusión de no volver a leer nada nuevo de semejantes plumas. Tenemos la suerte de que ha creado tanto la humanidad, que es inagotable la fuente de lo que uno puede leer en los pocos años que tiene de vida.
Hay un salto entre estos primeros años y mis lecturas actuales, un paréntesis dedicado mayoritariamente a la política, que me hizo disfrutar de otro tipo de escritores, entre los que también encontré la belleza de la literatura y las obras bien escritas como Marx, Engels, Lenin y Trotsky. El Museo de la revolución de Martín Kohan, a la inversa que con Marx y Shakespeare, me fascinó por la forma brillante de hacer literatura de ficción con obras políticas reales de los propios Marx y Engels, Lenin y Trotsky. Durante esos años escribí más, pero textos menos literarios. Y durante esos años también fui descubriendo que a escribir se aprende, y fui ensayando sobre géneros a los que nunca pensé que podía siquiera intentar acercarme como la poesía. Y ahí me pasó a la inversa, y cuando empecé este taller y llegué a mi primer clase y tuve que "ahí y ahora" ensayar unas líneas a modo de relato, me pareció una tortura. Pero le tomé el gusto y aprendí que se aprende.

Empecé a escribir poesía enamorada de una mujer que escribe poesía, y se abrió ante mí otro mundo donde las autoras más significativas fueron Glauce Baldovin, al encontrar su Libro de la soledad en el momento en que más lo necesitaba, y Alejandra Pizarnik, por su propia grandeza, por esa forma de encontrar las palabras, de jugar con las palabras, de hurgar en lo más profundo del universo femenino. Vuelvo a su Poesía completa siempre que siento la angustia que sentí cuando llegó a mis manos por primera vez.

No puedo no mencionar a Bukowski, a quien también descubrí de grande y con quién también tuve uno de mis enamoramientos, si es que esa palabra es aplicable a algo que tenga que ver con el viejo. Fue una época más oscura de mis descubrimientos literarios, la misma de Houellebecq y de Auster, de quienes leí también todo, como hambrienta del placer de meterme en sus historias, en sus personajes y en su oscuridad. Todavía lamento no haber podido ver a Paul Auster cuando vino, a pesar de la cola en la Rural, a pesar de estar cursando en la UNSAM que lo trajo, a pesar de haberlo esperado durante meses. Las partículas elementales de Houellebecq y Un hombre en la oscuridad de Auster fueron la vía meterme en el mundo de cada uno de esos dos autores, de los pocos de los que puedo disfrutar ir a comprar su próxima novela apenas está disponible en las librerías. Algo que me hubiera gustado haber podido experimentar con Borges y Cortázar.

Last but not least, hay dos libros que son de esos que me compro, o que tengo en mi biblioteca y siempre empiezo a leer y dejo sin terminar, pero pendientes para un mejor momento de poder adentrarme en ellos. Y en los que pensé cuando leí las Apostillas de Eco a El nombre de la rosa y las primeras páginas que explica que hay que atravesar para poder entrar en el monasterio, que no puede atravesar cualquier lector, y que te transforman en un lector específico de una obra específica. Uno es La conjura de los necios de John Kennedy Toole: cuando logré entrar, superar el escollo de las primeras 40 páginas, encontrarle el encanto al despreciado Ignatius y el sentido a una novela que parece no decir nada, no quería que terminara nunca. Me pasó lo mismo, pero al revés con El Pasado de Alan Pauls. Tuve el coraje de volver a agarrarla hace sólo unos meses, después de haberla tenido años en mi biblioteca. Nunca ninguna novela me produjo lo que me produjo esta, que me atrapó en su mundo, que siempre toca el propio, me sacudió, me oscureció, me hizo sentir a Sofía, a Rímini, comprenderlos, despreciarlos, reconocerse a uno mismo y a sus propias miserias en el reflejo de unos personajes perfectamente construidos, destruirse y volverse a construir. Al revés que con La conjura quería que terminara, necesitaba que terminara para poder salir del pozo en el que me había caído junto con Rímini, junto con Sofía. Nunca me pasó de terminar una novela y sentirme mucho mejor a la otra mañana, sin explicación aparente, más que la del duelo con mi propio pasado terminado.

Muy cerca de la perfección. Parte 1


Parecía que mis sentidos estaban trastocados, tenía la boca muy seca, no podía abrir los ojos de lo pesados que sentía mis párpados, y me acordé de cuando era chica y unos minutos antes de levantarme para ir a la escuela tenía esa especie de pesadilla en la que salía de casa despierta pero sin poder despegar los ojos, y hacía un esfuerzo terrible para abrirlos y mantenerlos así mientras manejaba mi bicicleta hasta el colegio. Escuché unos gemidos de hombre, luego unas risas de mujer, de varias mujeres y algunos pasos y golpes bastante a lo lejos.  La risa sensual de Be se me hizo tan familiar y no pude más que volver a sonreir y obligarme a abrir los ojos, empecé a recordar en parte dónde estaba, cómo había terminado ahí. Para poder volver a todo el asunto. Sentí el suelo duro y frío que la manta violeta, de una especie de terciopelo suave sobre la que dormía, ya no podía disimular. El espejo con la P y la R grabadas estaba en el piso, con algunas líneas que quedaban armadas, al lado varias botellas de champagne tiradas, dos Johnnie Walker etiqueta negra vacíos y uno roja al que todavía le quedaba un poco y entendí por qué el dolor de cabeza. El piso, tal vez por efecto de todas las drogas que había tomado, se veía muy brillante, con las vetas de la madera más oscuras que resaltaban tanto. El equipo de música que estaba en el piso ya no sonaba, pero me di cuenta de que estaba prendido por la luz verde del botón.

La cabeza me latía como si tuviera clavados pequeños alfileres que alguien me presionaba todos juntos una y otra vez. Me levanté para tomar una línea y un trago de agua natural, casi tibia, de una botella de plástico algo abollada que tenía al lado mío y vi a Be que seguía cogiendo, esta vez con dos tipos que no recordaba haber visto antes: un pelado enorme, con sus buenos kilos, bañado en sudor, que parecía un experto en masturbación femenina, a juzgar por el movimiento de sus dedos y por la cara de placer Be, que agarrada del respaldo de la cama con una mano y de la mesa de luz con la otra, miraba por el espejo que cubría toda la pared del cuarto, como un morocho de brazos enormes y pectorales marcados la cogía desde atrás mientras el pelado le tocaba la concha con una dedicación que yo nunca había visto. En la cama Ana dormía: tenía la cabeza apoyada en un brazo, el otro extendido con la palma hacia arriba y el sol que entraba por la ventana le daba todavía más brillo a esos rulos casi negros que tanto me gustaban. Tenía un culo perfecto Ana y las piernas más largas que vi en mi corta experiencia con las mujeres, con la luz encima se veía todavía mejor, con los contornos de su cuerpo dorado que contrastaban con la pared blanca, con las sábanas blancas. Noté que había un cuadro colgando sobre la cama, que parecía puesto a medida del color tostado de su piel: una mujer de pelo rojizo, recostada como de costado, con una de sus piernas que ocupaba la mitad del retrato, una mano sobre un pecho y el otro descubierto, de pezones rosados. Parecía masturbarse con los ojos cerrados de placer, y un halo de partículas doradas que parecía salir de su sexo le atravesaba la mitad del cuerpo. 

Enseguida me volví a calentar, bastaba sólo con mirar a mi alrededor para mojarme, pero también me acordé como había empezado la noche, y la merca me empezaba a hacer efecto. El dolor de cabeza desaparecía y se empezaba a transformar en una sensación de alegría y excitación.  Saqué la vista un poco de mi amiga y hacia el otro lado vi caras y cuerpos conocidos: vi la pija de Pedro medio dormida, colgando mientras tomaba cocaína del escritorio negro que habíamos usado para coger hacía unas horas, y las manos cuadradas y ásperas de Tomás que intentaban hacerla volver a su acostumbrado esplendor, sin demasiado éxito. Eva miraba y sonreía excitada mientras fumaba el último porro que quedaba. Tomás, que tenía una erección enorme, a pesar de todo lo que había tomado, que se notaba en su cara y sus movimientos, también la miraba a Eva. Fijó la miraba, y no le sacaba sus ojos verdes de encima mientras la pija de Pedro empezaba a ponerse dura. Se ve que notaron que me levanté, se ve que olieron mi calentura, y me hicieron una seña -Eva con la mano, Tomás con los ojos- casi a la vez para que me sumara. Agarré lo que quedaba de whisky y me acerqué justo cuando Ana se despertaba, subía el volumen y me seguía mientras sonaba Miles Davis y todo se acercaba a la perfección. 


miércoles, 7 de mayo de 2014

Olas



Otros que son otros
Otra
          Pero vos
Pero no
El pasado que vuelve    
          arrastrándose
del mismo color
del mismo dolor que no duele
que nada
El pasado que recuerda
la mujer que fuiste
y no sos
          Pero sí
Y adelante
pero lejos
               tu voz
               tu risa
               tus lágrimas
duelen
en un dolor que es mar
que se va
para volver
          pero se va
trae la memoria
          de lo que fue
que no fue
          que pudo ser
pero no

Y el dolor es querer
que el recuerdo inventado
sea

Pero no
No

jueves, 17 de abril de 2014

Adios Gabo


“Un día como hoy, mi maestro William Faullkner dijo en este lugar: ‘Me niego a admitir el fin del hombre’. No me sentiría digno de ocupar este sitio que fue suyo si no tuviera la conciencia plena de que por primera vez desde los orígenes de la humanidad, el desastre colosal que él se negaba a admitir hace 32 años es ahora nada más que una simple posibilidad científica. Ante esta realidad sobrecogedora, que a través de todo el tiempo humano debió de parecer una utopía, los inventores de fábulas que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra […] Es por eso que invito a todos ustedes a brindar por lo que un gran poeta de nuestras Américas, Luis Cardoza y Aragón, ha definido como la única prueba concreta de la existencia del hombre: la poesía”. 

Fragmento del discurso que Gabriel García Márquez leyó en Estocolmo el jueves 21 de octubre de 1982, antes de recibir el Premio Nobel de Literatura

domingo, 13 de abril de 2014

Fantasmas II

La nube de color rojo, el deseo
que ocupa cada vez más espacio
me apuñala
desde adentro
me retuerzo

sangran las viejas heridas
y me relamo de nuevo
por las noches
como una gata en celo

el precio de ser
de convertirse en una
de encontrarse

lo que se niega a resignar

Porque costó lágrimas
gritos
desgarros
el pecho cerrado
la sangre en un puño
hirviendo
               entonces
               mujer
no se resigna
no se deja al costado de nada
no se escupe la sangre que corre
no se arranca la piel que se vuelve a formar
se cubre la carne ardiendo
se siguen lamiendo heridas
se grita con la voz
que tanto costo encontrar

(para poder volver a sangrar
al día siguiente)

domingo, 30 de marzo de 2014

Fantasmas






















Escuche de una amiga que a medida que uno se pone mas viejo, tiene menos ganas de estar solo. De estar sola.
Porque no es lo mismo la soledad de la mujer. Porque es mejor, mas libre, mas profunda, la soledad de las mujeres.
Porque no es la soledad de los hombres sino mas bien su antítesis.
Por que por eso mismo es tan grande el peligro de que se haga eterna, absoluta.
Porque la soledad de las mujeres, cuando no existe, es la compañía, así profunda, recuperando el sentido del término, de otras mujeres que arden junto a nosotras. De otras mujeres que viven, sufren, sienten, disfrutan, su soledad. Y no quieren estar solas.
Y a los 30 años ya se siente así. Y se tiene un poco la certeza de que va a ser así, en ascenso, a medida que nos corran los años, que nos persiga la vida. La vida de mujer, de heroína frustrada por una época que no es de héroes, o que no fue.
Y tal vez nos quede la esperanza, cada día menos utópica, de que puede serlo. De poder volver a disfrutar de la soledad. No solas. Rodeadas de fuego, de bronca que quiere el aire, de la sangre de otras mujeres, de otros hombres, de nuestra propia sangre, que le de vitalidad, al sentido de nuestra existencia: la vida común, libre, individual, sola, pero común, de cada alma que puebla este maldito mundo que nos hace sentir solas.

viernes, 21 de marzo de 2014

EL ESFUERZO HUMANO

El esfuerzo humano
no es aquel joven hermoso que sonríe
erguido sobre su pierna de yeso
o de piedra
ofreciendo, con los pueriles artificios de lo estatuario,
la imbécil ilusión
de la alegría, la danza y la dicha,
evocando con la otra pierna en el aire
el dulce retorno a casa;
NO,
El esfuerzo humano no lleva un niño sobre el hombro derecho,
otro sobre la cabeza
y un tercero sobre el hombro izquierdo,
ni sus herramientas en la bandolera,
ni una mujer joven aferrada a sus brazos;
El esfuerzo humano lleva consigo un braguero
y las cicatrices de los combates
librados por la clase obrera
contra un mundo absurdo y sin ley;
El esfuerzo humano carece de verdadero hogar,
siente el olor de su trabajo
y tiene los pulmones afectados
su salario es magro
sus hijos también
trabaja como un negro
y el negro trabaja a su par;
El esfuerzo humano no tiene saberes mundanos,
el esfuerzo humano no llega a la edad de la razón;
el esfuerzo humano tiene la edad de los cuarteles,
la edad de la fatiga y de las cárceles,
la edad de las iglesias y de las fábricas,
la edad de los cañones,
y del que plantó las viñas por todos lados
y encordó todos los violines
y se alimenta de malos sueños
y se emborracha con el pésimo vino de la resignación
y como una gran ardilla ebria
da vueltas por ahí sin parar
en un universo hostil,
polvoriento, de techos bajísimos,
y sin parar forja la cadena,
la aterradora cadena en la que todo se encadena,
la miseria el lucro el trabajo el asesinato
la tristeza la desgracia el insomnio y el tedio,
la aterradora cadena de oro
de carbón, de hierro y de acero,
de escoria y de polvo,
ceñida alrededor del cuello
de un mundo desamparado;
la miserable cadena
de la que cuelgan los dijes divinos
las reliquias sagradas
las cruces de honor las cruces gamadas
los amuletos de la buena suerte
las medallas de viejos servidores
las baratijas de la desgracia
y la gran pieza de museo,
el gran retrato ecuestre
el gran retrato de cuerpo entero
el gran retrato de frente de perfil de pose coja
el gran retrato dorado
el gran retrato del gran adivino
el gran retrato del gran emperador
el gran retrato del gran pensador
del gran sabio
del gran moralizador
del digno y triste farsante
el rostro del gran amenazador
el rostro del agresivo pacificador
el rostro policíaco del gran libertador
el rostro de Adolf Hitler
el rostro de Monsieur Thiers
el rostro del dictador
el rostro del fusilador
de no importa qué país
de no importa qué color,
el rostro odioso
el rostro desgraciado
el rostro golpeado
el rostro de masacre
el rostro del miedo.

Jacques Prevert

miércoles, 12 de marzo de 2014

Hogueras


Con  el desgarrador grito de las contradicciones
de la carne que arde
tanto que hay que arrancarla
                                                    de a jirones
para tirarla 
a alguna hoguera de las que hacen cenizas
para resurgir
para renacer
para volver a pisar

como uno puede
sobre arena 
                     tal vez
pero con los pies
con mi pies
que ahora son de barro
pero que vuelven a fundirse en plomo
con el calor de las mujeres
que danzan alrededor
de mi carne que arde 

martes, 4 de marzo de 2014

Hallazgo

FELICES LOS NORMALES 
A Antonia Eiriz























Felices los normales, esos seres extraños.
Los que no tuvieron una madre loca, un padre borracho, un hijo delincuente,
Una casa en ninguna parte, una enfermedad desconocida,
Los que no han sido calcinados por un amor devorante,
Los que vivieron los diecisiete rostros de la sonrisa y un poco más,
Los llenos de zapatos, los arcángeles con sombreros,
Los satisfechos, los gordos, los lindos,
Los rintintín y sus secuaces, los que cómo no, por aquí,
Los que ganan, los que son queridos hasta la empuñadura,
Los flautistas acompañados por ratones,
Los vendedores y sus compradores,
Los caballeros ligeramente sobrehumanos,
Los hombres vestidos de truenos y las mujeres de relámpagos,
Los delicados, los sensatos, los finos,
Los amables, los dulces, los comestibles y los bebestibles.
Felices las aves, el estiércol, las piedras.
Pero que den paso a los que hacen los mundos y los sueños,
Las ilusiones, las sinfonías, las palabras que nos desbaratan
Y nos construyen, los más locos que sus madres, los más borrachos
Que sus padres y más delincuentes que sus hijos
Y más devorados por amores calcinantes.
Que les dejen su sitio en el infierno, y basta.

Roberto Fernández Retamar

viernes, 7 de febrero de 2014

Matisse, la compulsión de crear


"Hasta después, por la tarde, cuando me encuentro en la galería de arte de la rue de Seze, rodeado por hombres y mujeres de Matisse, no vuelvo a estar dentro de los límites auténticos del mundo humano. En el umbral de esa gran sala cuyas paredes están ahora en llamas, me detengo un momento para recobrarme de la conmoción que experimenta uno cuando el gris habitual del mundo se desgarra y el color de la vida salta y salpica en canciones y poemas. Me encuentro en un mundo tan natural, tan completo, que me siento perdido. Tengo la sensación de estar inmerso en el plexo mismo de la vida, en el centro, cualquiera que sea el lugar o posición en que me sitúe o la actitud que adopte (...) Parado en el umbral de ese mundo que Matisse ha creado, vuelvo a experimentar el poder de esa revelación que permitió a Proust deformar la imagen de la vida de tal modo, que quienes, como él, son sensibles a la alquimia del sonido y de los sentidos, son capaces de transformar la realidad negativa de la vida en las formas sustanciales y significativas del arte (...) En todos los poemas de Matisse figura la historia de una partícula de carne humana que rechazó la consumación de la muerte (...) Él es, en caso de que algún hombre posea ese don, quien sabe dónde desintegrar la figura humana, quien tiene el valor de sacrificar una línea armoniosa para detectar el ritmo y el murmullo de la sangre, quien toma la luz que se ha refractado dentro de él y deja que inunde el teclado del color. Tras las minucias, el caos, la mofa de la vida, detecta la pauta invisible; anuncia sus descubrimientos en el pigmento metafísico del espacio. Ni búsqueda de fórmulas, ni crucifixión de ideas, ni otra compulsión que la de crear. Incluso cuando el mundo va camino de su destrucción, hay un hombre que permanece en el centro, que queda fijo y anclado más sólidamente, más centrífugo, a medida que se acelera el proceso de disolución (...) Incluso cuando el mundo se desintegra, el París de Matisse se estremece con el jadeo de orgasmos vivaces, el propio aire está sereno a causa de la esperma estancada, y los árboles enredados como los cabellos. En su eje bamboleante la rueda gira cuesta abajo sin cesar; no hay frenos, ni rodamientos, ni neumáticos. La rueda se desintegra, pero la revolución sigue intacta..."

Henry Miller, Trópico de Cáncer




Viajes imaginarios: el París de Henry Miller


"A veces vuelvo solo a casa y la sigo a través de las oscuras calles, la sigo a través del patio del Louvre, sobre el Pont des Arts, a través de la arcada, a través de los orificios y ranuras, la somnolencia, la blancura deslustrada, la reja del Luxemburgo, las ramas enredadas, los ronquidos y quejidos, las cancelas verdes, el rasgueo y campanilleo, las puntas de las estrellas, las lentejuelas, los azabaches, los toldos de franjas azules y blancas que rozaba con las puntas de sus alas".

Henry Miller, Trópico de Cáncer

martes, 21 de enero de 2014

Trotsky sobre Lenin (a 90 años de su muerte)

"Por la manera en que me recibieron Maria Ilinitchna y Nad. Konstantinovna, comprendí con qué impaciencia y con que entusiasmo me esperaba. Lenin estaba de un humor magnífico, tenía buen semblante. Me pareció que me miraba con otros ojos. Sabía enamorarse de las personas, cuando se le revelaban bajo un cierto aspecto. Con la atención exaltada con la que escuchaba, tenía ese aire de hombre "enamorado". Escuchaba ávidamente lo que le informaba sobre el frente, y suspiraba con satisfacción, casi con beatitud. "la partida está ganada, dijo pasando de repente a un tono grave y firme, desde el momento en que supimos poner orden en el ejército, esto significa que sabremos poner orden en todas partes. Y la revolución, con el orden, será invencible".
Cuando volvimos en el auto con Sverdlov, Lenin estaba en el balcón con N. Krupskaia, justo encima de la escalera de entrada, y nuevamente sentí sobre mí la misma mirada, vagamente reservada, envolvente, de Ilich. Se habría dicho que quería decir algo, pero no encontraba las palabras. De pronto alguien de la guardia trajo macetas con flores y las puso en el auto. El rostro de Lenin se ensombreció con inquietud. 
"¿Esto va a molestarlo?", preguntó. No había prestado atención a las flores y no entendía la causa de esa inquietud. Al acercarme a Moscú -la Moscú hambrienta, fangosa, de los meses de otoño de 1918- me sentía muy incómodo: ¿era justo el momento de llegar con flores? Y pronto entendí la preocupación de Lenin: justamente había previsto ese malestar. Sabía prever.
En la entrevista siguiente, le dije: "El otro día usted me preguntó algo acerca de las flores y, en la fiebre de  nuestro reencuentro, no me di cuenta de la incomodidad en la que usted pensaba. Recién cuando llegué a la ciudad tomé conciencia"... "¿El aspecto de un traficante del mercado negro?", replicó vivamente Ilich con una delicada sonrisa. Y de nuevo advertí esa mirada particularmente amistosa, que parecía reflejar su satisfacción de haber sido comprendido... ¡Cómo han permanecido claros, imborrables en mi memoria, todos los rasgos más detallados del encuentro en Gorki!
Nos pasaba que teníamos, Lenin y yo, rudos choques, porque en los casos en que yo estaba en desacuerdo con él en una cuestión grave, yo llevaba la lucha hasta el final. Estos casos, naturalmente, se han gravado en todas las memorias, y los epígonos hablaron y escribieron mucho en consecuencia. Pero son cien veces más numerosos los casos en que nos entendíamos mutuamente entre líneas, y en los que nuestra solidaridad aseguraba el pasaje de la cuestión al Politburó sin debate. Lenin apreciaba mucho esta solidaridad."

León Trotsky, 10 de abril de 1935 en el Diario del Exilio