jueves, 19 de junio de 2014

Muy cerca de la perfección. Parte 1


Parecía que mis sentidos estaban trastocados, tenía la boca muy seca, no podía abrir los ojos de lo pesados que sentía mis párpados, y me acordé de cuando era chica y unos minutos antes de levantarme para ir a la escuela tenía esa especie de pesadilla en la que salía de casa despierta pero sin poder despegar los ojos, y hacía un esfuerzo terrible para abrirlos y mantenerlos así mientras manejaba mi bicicleta hasta el colegio. Escuché unos gemidos de hombre, luego unas risas de mujer, de varias mujeres y algunos pasos y golpes bastante a lo lejos.  La risa sensual de Be se me hizo tan familiar y no pude más que volver a sonreir y obligarme a abrir los ojos, empecé a recordar en parte dónde estaba, cómo había terminado ahí. Para poder volver a todo el asunto. Sentí el suelo duro y frío que la manta violeta, de una especie de terciopelo suave sobre la que dormía, ya no podía disimular. El espejo con la P y la R grabadas estaba en el piso, con algunas líneas que quedaban armadas, al lado varias botellas de champagne tiradas, dos Johnnie Walker etiqueta negra vacíos y uno roja al que todavía le quedaba un poco y entendí por qué el dolor de cabeza. El piso, tal vez por efecto de todas las drogas que había tomado, se veía muy brillante, con las vetas de la madera más oscuras que resaltaban tanto. El equipo de música que estaba en el piso ya no sonaba, pero me di cuenta de que estaba prendido por la luz verde del botón.

La cabeza me latía como si tuviera clavados pequeños alfileres que alguien me presionaba todos juntos una y otra vez. Me levanté para tomar una línea y un trago de agua natural, casi tibia, de una botella de plástico algo abollada que tenía al lado mío y vi a Be que seguía cogiendo, esta vez con dos tipos que no recordaba haber visto antes: un pelado enorme, con sus buenos kilos, bañado en sudor, que parecía un experto en masturbación femenina, a juzgar por el movimiento de sus dedos y por la cara de placer Be, que agarrada del respaldo de la cama con una mano y de la mesa de luz con la otra, miraba por el espejo que cubría toda la pared del cuarto, como un morocho de brazos enormes y pectorales marcados la cogía desde atrás mientras el pelado le tocaba la concha con una dedicación que yo nunca había visto. En la cama Ana dormía: tenía la cabeza apoyada en un brazo, el otro extendido con la palma hacia arriba y el sol que entraba por la ventana le daba todavía más brillo a esos rulos casi negros que tanto me gustaban. Tenía un culo perfecto Ana y las piernas más largas que vi en mi corta experiencia con las mujeres, con la luz encima se veía todavía mejor, con los contornos de su cuerpo dorado que contrastaban con la pared blanca, con las sábanas blancas. Noté que había un cuadro colgando sobre la cama, que parecía puesto a medida del color tostado de su piel: una mujer de pelo rojizo, recostada como de costado, con una de sus piernas que ocupaba la mitad del retrato, una mano sobre un pecho y el otro descubierto, de pezones rosados. Parecía masturbarse con los ojos cerrados de placer, y un halo de partículas doradas que parecía salir de su sexo le atravesaba la mitad del cuerpo. 

Enseguida me volví a calentar, bastaba sólo con mirar a mi alrededor para mojarme, pero también me acordé como había empezado la noche, y la merca me empezaba a hacer efecto. El dolor de cabeza desaparecía y se empezaba a transformar en una sensación de alegría y excitación.  Saqué la vista un poco de mi amiga y hacia el otro lado vi caras y cuerpos conocidos: vi la pija de Pedro medio dormida, colgando mientras tomaba cocaína del escritorio negro que habíamos usado para coger hacía unas horas, y las manos cuadradas y ásperas de Tomás que intentaban hacerla volver a su acostumbrado esplendor, sin demasiado éxito. Eva miraba y sonreía excitada mientras fumaba el último porro que quedaba. Tomás, que tenía una erección enorme, a pesar de todo lo que había tomado, que se notaba en su cara y sus movimientos, también la miraba a Eva. Fijó la miraba, y no le sacaba sus ojos verdes de encima mientras la pija de Pedro empezaba a ponerse dura. Se ve que notaron que me levanté, se ve que olieron mi calentura, y me hicieron una seña -Eva con la mano, Tomás con los ojos- casi a la vez para que me sumara. Agarré lo que quedaba de whisky y me acerqué justo cuando Ana se despertaba, subía el volumen y me seguía mientras sonaba Miles Davis y todo se acercaba a la perfección. 


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