domingo, 30 de marzo de 2014

Fantasmas






















Escuche de una amiga que a medida que uno se pone mas viejo, tiene menos ganas de estar solo. De estar sola.
Porque no es lo mismo la soledad de la mujer. Porque es mejor, mas libre, mas profunda, la soledad de las mujeres.
Porque no es la soledad de los hombres sino mas bien su antítesis.
Por que por eso mismo es tan grande el peligro de que se haga eterna, absoluta.
Porque la soledad de las mujeres, cuando no existe, es la compañía, así profunda, recuperando el sentido del término, de otras mujeres que arden junto a nosotras. De otras mujeres que viven, sufren, sienten, disfrutan, su soledad. Y no quieren estar solas.
Y a los 30 años ya se siente así. Y se tiene un poco la certeza de que va a ser así, en ascenso, a medida que nos corran los años, que nos persiga la vida. La vida de mujer, de heroína frustrada por una época que no es de héroes, o que no fue.
Y tal vez nos quede la esperanza, cada día menos utópica, de que puede serlo. De poder volver a disfrutar de la soledad. No solas. Rodeadas de fuego, de bronca que quiere el aire, de la sangre de otras mujeres, de otros hombres, de nuestra propia sangre, que le de vitalidad, al sentido de nuestra existencia: la vida común, libre, individual, sola, pero común, de cada alma que puebla este maldito mundo que nos hace sentir solas.

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