jueves, 11 de junio de 2015

Virtud


Esa tarde, hace cosa de 5 meses, se prometió, le prometió, que lo iba a convencer: que podían probar el amor, que no estaban tan rotos como para no intentarlo.

Hubo en el camino un momento en que él la convenció a ella de que mejor esperar. Hacía falta esperar. Pero como la espera, al menos la que ella había aprendido (que no era más que la que él le había enseñado) no podía ser absoluta, se dispuso a matizarla con cierta dosis de acción.

Estaba la acción de él entonces (que estaba aprendiendo de ella) y estaba la acción de ella (que estaba aprendiendo la espera de él), que no iba más allá de decir, de poner en palabras (escritas, que siempre le quedaban mejor a ella) un amor que la invadía quien sabe desde cuando. Que se hacía más intenso con cada encuentro, con cada mirada, con cada palabra que le decía (que era lo que siempre le quedaba mejor a él)

Y se hacía cada día más evidente que había algo más que ellos, que algo se apoderaba de ellos, se les imponía, los agarraba y los zarandeaba de un lado a otro, les ponía palabras en la boca, encuentros que duraban horas, el brillo en las miradas, las sonrisas tímidas. Y siempre estaba la pregunta de si eso que los poseía no eran en realidad ellos que se querían poseer, a sí mismos, mutuamente.

Poseer en el buen sentido. Poseer de atrapar un momento. Poseer de tener un beso que no es de él, ni de ella sino que cobra vida propia, que es de los dos, que convierte sus vidas separadas en ese beso común, donde se hace imposible distinguirlos, donde no se sabe quién es quién como en los encuentros anteriores, donde sólo existe ese momento de los dos, del que ahora no pueden separarse, que ahora queda como una imagen de esas que vuelven cuando quieren, y nos asaltan tomando mate en el desayuno, o en el medio de una clase, o una reunión.

Todo indica que fueron hacia ahí. Todo indica que no existe la suerte, ni el azar. Habrá que cerrar -esta vez- los ojos y sonreir pensando que los dos están donde quieren estar. Y no existe, por ese instante eterno, nada más.

sábado, 6 de junio de 2015

Furtivo

Cada vez que cerraba la puerta detrás tuyo me quedaba la misma sensación. La sensación de todo lo dicho, y de todo lo que no. El deseo de besarte, de robarte un solo beso. La distancia de los cuerpos, que en cada abrazo eran más distantes. La distancia que aumentaba cada vez que cerraba la puerta sin poder tocarte. Cada vez que te escuchaba como si pudiera morirme así, como si sólo escucharte, como si sólo mirarte, como si no necesitara nada más. La sensación de que podía morir así, en uno de esos días. Pero no sin haberte besado, no sin haber sentido como se siente tu piel en la yema de mis dedos, en mis labios. No sin haberte recorrido todo el cuerpo con la boca, con la lengua, con las palabras. Cada vez que cerraba la puerta me quedaba la fantasía, me quedaba el deseo, me quedaba el amor. De este lado, de mi lado. Cada vez que cerraba la puerta me quedaba sola. Y no sabía que hacer con todo ese placer en la punta de los dedos, en el filo de la lengua, en el fondo de mis ojos. 
Y cerrar los ojos y besarte, imaginar tus labios, sentirlos casi reales en los míos, sentir tu saliva en mi boca, tus manos en mi cintura, en mi cuello, jugando con mi pelo. Cada vez que cerraba la puerta me prometía que alguna vez te iba a robar un beso, o te lo iba a pedir, que alguna vez te iba a besar. Y tu boca iba a recuperar su lugar de boca, de besos, vacía de palabras tu boca, llena de besos por alguna vez. Solo por alguna vez.

viernes, 29 de mayo de 2015

El pasado

Las imposibilidades se retuercen en sí mismas, se aplastan contra la pared, 
y se despedazan
Los ojos siguen hablando
Y la vida se protege a sí misma afirmando su sentido


No podía escribirte un poema
No podía nombrarte sin que doliera
No podía tocarte
No podía besarte
No podía

Y era tan único cada instante
tan nuestro
tan ajeno

que mirarte ardía
pero que me hubiera pasado la vida
todos sus minutos
todos sus segundos
con tus ojos azules enfrente de los míos
hablándome
escuchándote

que la vida hubiera tenido sentido
sólo poblada
de uno de esos instantes
en que tus ojos hablaban

jueves, 28 de mayo de 2015

Interludio


Una no para de morir
A veces lenta
otras furiosamente
Morir y volver a vivir
para volver a morir
y en el medio

pasa la vida

viernes, 3 de abril de 2015

El deseo y la contradicción


Qué es la vida sino la pasión que se enciende en unos minutos de goce, y se mezcla de un vistazo con el dolor más profundo, el de la ausencia, que se nos impone, que se nos convierte en medida del placer.

martes, 24 de marzo de 2015

Eternidad



"-Por un minuto sólo me pareció que yo no estaba acá, ...ni acá,  ni afuera...

-...
-Me pareció que yo no estaba... que estabas vos solo. 
-...
-O que yo no era yo.  Que ahora yo... eras vos."

Manuel Puig, El beso de la mujer araña

miércoles, 11 de marzo de 2015

Fortuna


-¡Suerte para vos! le dijo en una carcajada irónica mientras le cerraba la puerta en la cara.
Julia se subió al auto y experimentó una sensación de enajenación que no sería la primera en la semana. Que hacía mucho no estaba ahí, donde no estaba ella. Manejó los 20 kilómetros que la separaban de su casa como una completa autómata, no había un sólo sonido que la alcanzara, ninguno de los movimientos que hacía existían, sólo estaba su cuerpo que apretaba pedales y pasaba cambios.

Su cabeza se había quedado en el diván rojo del consultorio.

Llegó a su casa y notó que volvía a su cuerpo. Volvía con una pregunta amiga que la traía, que la rescataba de dónde sea que estaba. Volvía con unas lágrimas que brotaron sin que siquiera lo notara. Repetía la pregunta que le había dado vueltas desde que cruzó la puerta que la enfrentaba cara a cara con ella todas las semanas. Y con las lágrimas vino una rabia feroz contra su analista. Era la primera vez que se enojaba con ella.

-"¡Suerte para vos!"- ¡¿cómo no la había mandado a la mierda en ese momento?! "Suerte para vos", como si supiera que la iba a dejar exactamente así, fuera de ella.

Pero era demasiado tarde y la suerte ya se había conjurado.

Y la semana de las lágrimas y el enojo fue la semana de su segunda enajenación, que esta vez la ponía como sujeto de su fantasía, que se volvía real, que le devolvía a ella. Entre tanto Dr. Freud que había dado vueltas por ahí recordó a Lenin: "es preciso soñar con la condición de creer en nuestros sueños y realizar escrupulosamente nuestras fantasía". 

Sólo tres días desde la conjura bastaron para que su fantasía comenzara a realizarse escrupulosamente. Y ahí estaba ella, o no estaba más bien, se miraba casi de afuera, lo miraba casi de afuera, sin poder entender cómo era que había pasado lo que estaba pasando, en qué momento habían llegado ahí, a ese bar, a ese whisky que se volvía promesa por cumplir, a ese beso que superaba en decenas de veces al que había reconstruido durante todo este tiempo en su cabeza.

Esa semana todo en su vida pareció encajar perfectamente, de pronto. Consiguió un mejor trabajo, resolvió sin tanta vuelta los problemas de horarios. Escribió, eligió qué era lo que quería hacer este año y se trazó desafíos. Hasta volvió a cruzarse amigos de la infancia, de esos que hace diez años que no ves y que te recuerdan a vos cuando fuiste otra, y que te recuerdan a vos que seguís siendo vos. Y mientras encajaba su cuerpo se volvía un torbellino, su espera que había aprendido a vivir sin ansiedad la invadía de repente como en una vuelta a los 15 años. Tuvo la certeza de que nunca se volvería su víctima. 

Fue, la segunda, una enajenación distinta. El deseo que se hace real casi como si ella no hubiera hecho nada al respecto. Casi como si sólo hubiera tenido un golpe de suerte. 

martes, 10 de marzo de 2015

En busca del tiempo perdido


"Las verdades que han cambiado para nosotros su sentido y su aspecto, que nos han abierto nuevos caminos, son un descubrimiento que venimos preparando desde hace tiempo; pero sin saberlo; y sólo existen para nosotros a partir del día, del minuto en que se volvieron visibles."

Marcel Proust

martes, 13 de enero de 2015

Las máscaras


"- Oh, las máscaras. Uno tiende siempre a pensar en el rostro que esconden, pero en realidad lo que cuenta es la máscara, que sea ésa y no otra. Dime que máscara usas y te diré qué cara tienes."

Julio Cortázar, Los Premios 

sábado, 3 de enero de 2015

Nombres y figuras


La hermosura de la infancia sombría, la tristeza imperdonable entre muñecas, estatuas, cosas mudas, favorables al doble monólogo entre yo y mi antro lujurioso, el tesoro de los piratas enterrado en mi primera persona del singular.

No se espera otra cosa que música y deja, deja que el sufrimiento que vibra en formas traidoras y demasiado bellas llegue al fondo de los fondos.

Hemos intentado hacernos perdonar lo que no hicimos, las ofensas fantásticas, las culpas fantasmas. Por bruma, por nadie, por sombras, hemos expiado.

Lo que quiero es honorar a la poseedora de mi sombra: la que sustrae de la nada nombre y figuras.

Alejandra Pizarnik

viernes, 19 de diciembre de 2014

La palabra del deseo



Esta espectral textura de la oscuridad, esta melodía en los huesos, este soplo de silencios diversos, este ir abajo por abajo, esta galería oscura, oscura, este hundirse sin hundirse.

¿Qué estoy diciendo? Estás oscuro y quiero entrar. No sé qué más decir. (Yo no quiero decir, yo quiero entrar.) El dolor en los huesos, el lenguaje roto a paladas, poco a poco reconstruir el diagrama de la irrealidad.

Posesiones no tengo (esto es seguro; al fin algo seguro). Luego una melodía. Es una melodía plañidera, una luz lila, una inminencia sin destinatario. Veo la melodía. Presencia de una luz anaranjada. Sin tu mirada no voy a saber vivir, también esto es seguro. Te suspiro, te resucito. Y me dijo que saliera al viento y fuera de casa en casa preguntando si estaba.

Paso desnuda con un cirio en la mano, castillo frío, jardín de las delicias. La soledad no es estar parada en el muelle, a la madrugada, mirando el agua con avidez. La soledad es no poder decirla por no poder circundarla por no poder darle un rostro por no poder hacerla sinónimo de un paisaje. La soledad sería esta melodía rota de mis frases.

Alejandra Pizarnik

miércoles, 26 de noviembre de 2014

Piedra fundamental



No puedo hablar con mi voz sino con mis voces.

Sus ojos eran la entrada del templo, para mí, que soy errante, que amo y muero. Y hubiese cantado hasta hacerme una con la noche, hasta deshacerme desnuda en la entrada del templo.

Un canto que atravieso como un túnel.

Presencias inquietantes,
gestos de figuras que se aparecen vivientes por obra de un lenguaje activo que las alude,
signos que insinúan terrores insolubles.

Una vibración de los cimientos, un trepidar de los fundamentos, drenan y barrenean,
y he sabido dónde se aposenta aquello tan otro que es yo, que espera que me calle para tomar posesión de mí y drenar y barrenar los cimientos, los fundamentos,
aquello que me es adverso desde mí, conspira, toma posesión de mi terreno baldío,
no,
he de hacer algo,
no,
no he de hacer nada,

algo en mí no se abandona a la cascada de cenizas que me arrasa dentro de mí con ella que es yo, conmigo que soy ella y que soy yo, indeciblemente distinta de ella.

En el silencio mismo (en el mismo silencio) tragar noche, una noche inmensa inmersa en el sigilo de los pasos perdidos.

No puedo hablar para nada decir. Por eso nos perdemos, yo y el poema, en la tentativa inútil de transcribir relaciones ardientes.

¿A dónde la conduce esta escritura? A lo negro, a lo estéril, a lo fragmentado.

Las muñecas desventradas por mis antiguas manos de muñeca, la desilusión al encontrar pura estopa (pura estepa tu memoria): el padre, que tuvo que ser Tiresias, flota en el río. Pero tú, ¿por qué te dejaste asesinar escuchando cuentos de álamos nevados?

Yo quería que mis dedos de muñeca penetraran las teclas. Yo no quería rozar, como una araña, el teclado. Yo quería hundirme, clavarme, fijarme, petrificarme. Yo quería entrar en el teclado para entrar adentro de la música para tener una patria. Pero la música se movía, se apresuraba. Sólo cuando un refrán reincidía, alentaba en mí la esperanza de que se estableciera algo parecido a una estación de trenes, quiero decir: un punto de partida firme y seguro; un lugar desde el cual partir, desde el lugar, hacia el lugar, en unión y fusión con el lugar. Pero el refrán era demasiado breve, de modo que yo no podía fundar una estación pues no contaba más que con un tren algo salido de los rieles que se contorsionaba y se distorsionaba. Entonces abandoné la música y sus traiciones porque la música estaba más arriba o más abajo, pero no en el centro, en el lugar de la fusión y del encuentro. (Tú que fuiste mi única patria ¿en dónde buscarte? Tal vez en este poema que voy escribiendo.)

Una noche en el circo recobré un lenguaje perdido en el momento que los jinetes con antorchas en la mano galopaban en ronda feroz sobre corceles negros. Ni en mis sueños de dicha existiría un coro de ángeles que suministre algo semejante a los sonidos calientes para mi corazón de los cascos contra las arenas.

(Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas.)

(Es un hombre o una piedra o un árbol el que va a comenzar el canto…)

Y era un estremecimientos suave trepidante (lo digo para aleccionar a la que extravió en mí su musicalidad y trepida con más disonancia que un caballo azuzado por una antorcha en las arenas de un país extranjero).

Estaba abrazada al suelo, diciendo un nombre. Creía que me había muerto y que la muerte era decir un nombre sin cesar.

No esto, tal vez, lo que quiero decir. Este decir y decirse no es grato. No puedo hablar con mi voz sino con mis voces. También este poema es posible que sea una trampa, un escenario más.

Cuando el barco alternó su ritmo y vaciló en el agua violenta, me erguí como la amazona que domina solamente con sus ojos azules al caballo que se encabrita (¿o fue con sus ojos azules?). El agua verde en mi cara, de beber de ti hasta que la noche se abra. Nadie puede salvarme pues soy invisible aun para mí que me llamo con tu voz. ¿En dónde estoy? Estoy en un jardín.

Hay un jardín.


Alejandra Pizarnik

Siempre Alejandra...

Cold in Hand Blues

y qué es lo que vas a decir
voy a decir solamente algo
y qué es lo que vas a hacer
voy a ocultarme en el lenguaje
y por qué
tengo miedo

martes, 25 de noviembre de 2014

Abrir un libro como un paquete de chocolate


"Mi conducta de lector, tanto en mi juventud como en la actualidad, es profundamente humilde. Es decir, te va a parecer quizá ingenuo y tonto, pero cuando yo abro un libro lo abro como puedo abrir un paquete de chocolate, o entrar en el cine, o llegar por primera vez a la cama de una mujer que deseo; es decir, es una sensación de esperanza, de felicidad anticipada, de que todo va a ser bello, de que todo va a ser hermoso (...) Pero para volver a lo mío, mi actitud es una actitud ingenua y me alegro profundamente de eso. Me alegro de que cuando abro un libro lo abro como una especie de premonición de goce, de que todo va a estar muy bien. Y claro, si las cosas no salen así, bueno, abandono el libro o lo termino con una cierta decepción. Pero no importa, en ese sentido soy un gran cronopio... ¿te acuerdas aquello de que los cronopios cuando viajan, aunque todo les salga mal siempre están convencidos de que todo está bien y que la ciudad es muy linda, y que a todo el mundo le sucede lo mismo y que ellos no son ninguna excepción? Bueno, a mí me pasa lo mismo leyendo..."


Julio Cortázar
Entrevista realizada por Sara Castro-Klaren en el verano de 1976, en Saignon, Francia. Publicada en Cuadernos Hispanoamericanos, ns. 364-366, octubre-diciembre, 1980, Madrid

lunes, 17 de noviembre de 2014

Nuestros muertos

Con sus lazos de sangre que estuvieron ahí por generaciones.
Con los que no compartimos
ni una gota de la que corre por las venas.
Pero compartimos la que se derrama
en nuestra lucha común que es día a día
minuto a minuto
muerte a muerte

por la libertad

Nuestros muertos
con sus gritos, con sus palabras, con sus silencios
que se hicieron nuestros
unidos por el hilo invisible
e indivisible
del amor por la vida

Nuestros muertos
que son padres, abuelos, hermanos, hijos.
De otros.
No nuestros
pero como si lo fueran

Nuestros muertos
los que nos tocan lo más hondo de la vida
los que nos hacen enfrentarnos a nuestra propia muerte
los que nos conmueven hasta las lágrimas
son Emanuel
son Polo
son Juan Carlos
son Liliana
son Luciano
son Mariano
son Maxi
son Darío
son Julio

Nos duelen otros muertos
nos conmueven millones de dolores anónimos
lejanos
dolores que no vemos
que no tocamos
dolores
a millones de kilómetros
a millones de vidas
pero que son nuestros
como estos muertos.

miércoles, 29 de octubre de 2014

Contra el pesimismo



3 de febrero de 1937

¿Indignación, ira, repugnancia? Sí, y también cansancio momentáneo. Todo esto es humano, muy humano. Pero me niego a creer que usted ha caído en el pesimismo. Eso equivale a ofenderse, pasiva y lastimeramente, con la historia. ¿Cómo es posible? Hay que tomar a la historia tal como se presenta, y cuando ésta se permite ultrajes tan escandalosos y sucios, debemos combatirla con los puños.

León Trotsky




De http://www.ceipleontrotsky.org, carta a Angélica Balabanoff (1878-1965)

miércoles, 22 de octubre de 2014

Como Sísifo


"La clase obrera asciende taladrando por sí misma una roca de granito. A veces se resbala unos cuantos pasos; a veces el enemigo dinamita los escalones que han sido cortados; a veces se entierran porque han sido hechos en un material pobre: después de cada caída debemos levantarnos; después de cada resbalón debemos ascender de nuevo; cada paso destruido debe ser reemplazado por dos nuevos".

León Trotsky

Desarme


Entregó las armas una por una, pero de golpe, cuando asumió la derrota como se asume la muerte que va a venir un día a buscarnos, no sabemos cuándo, no sabemos cómo. Con el rostro perturbado aún por la magnitud del descubrimiento, con los silbidos de las balas aullando a lo lejos, las fue poniendo sobre la mesa. El enemigo no estaba cerca, pero acechaba. Acechaba tanto como si no existiera. El sol chocaba con la vida ensombrecida por un hallazgo tan certero. Y la vida seguía ahí. Y ella no. Ella estaba naciendo de nuevo, en la tragedia de la batalla perdida, en la muerte tan incierta, tan inevitable. Dio media vuelta y caminó hacia el sur, todavía no sabía a dónde iba. Sobre la mesa quedó su corazón, quedaron sus tripas, quedaron sus deseos. 

martes, 21 de octubre de 2014

Ándele (Julio Cortázar)


1)
Como una carretilla de pedruscos
cayéndole en la espalda, vomitándole
su peso insoportable,
así le cae el tiempo a cada despertar.

Se quedó atrás, seguro, ya no puede
            equiparar las cosas y los días,
            cuando consigue contestar las cartas
            y alarga el brazo hacia ese libro o ese disco,
                  suena el teléfono: a las nueve esta noche,
                  llegaron compañeros con noticias,
                  tenés que estar sin falta, viejo,

o es Claudine que reclama su salida o su almohada,
o Roberto con depre, hay que ayudarlo,
o simplemente las camisas sucias
amontonándose en la bañadera
como los diarios, las revistas, y ese

                  ensayo de Foucault, y la novela
                  de Erica Jong y esos poemas
           de Sigifredo sin hablar de mil
           trescientos grosso modo libros discos y películas,
más el deseo subrepticio de releer Tristram Shandy,
ZamaLa vida breveEl QuijoteSandokán,
                  y escuchar otra vez todo Mahler o Delius
                  todo Chopin todo Alban Berg,
                  y en la cinemateca MetrópolisKing Kong,
                  La barquera MaríaLa edad de oro —Carajo,

la carretilla de la vida
con carga para cinco décadas, con sed
de viñedos enteros, con amores
que inevitablemente superponen
tres, cinco, siete mundos
que debieran latir consecutivos
y en cambio se combaten simultáneos
en lo que llaman poligamia y que tan sólo
es el miedo a perder tantas ventanas
sobre tantos paisajes, la esperanza
de un horizonte entero—

2)
Hablo de mí, cualquiera se da cuenta,
pero ya llevo tiempo (siempre tiempo)
sabiendo que en el mí estás vos también,
y entonces:

                    No nos alcanza el tiempo,
                    o nosotros a él,
                    nos quedamos atrás por correr demasiado,
                    ya no nos basta el día
                    para vivir apenas media hora.

3)
El futuro se escinde, Maquiavelo:
el más lejano tiene un nombre, muerte,
y el otro, el inmediato, carretilla.

            ¿Cómo puede vivirse en un presente
            apedreado de lejos? No te queda
            más que fingir capacidad de aguante:
            agenda hora por hora, la memoria
            almacenando en marzo los pagarés de junio,
            la conferencia prometida,
            el viaje a Costa Rica, la planilla de impuestos,
Laura que llega el doce,
  un hotel para Ernesto,
    no olvidarse de ver al oftalmólogo,
      se acabó el detergente,
        habrá que reunirse
          con los que llegan fugitivos
            de Uruguay y Argentina,
darle una mano a esa chiquita
  que no conoce a nadie en Amsterdam,
    buscarle algún laburo a Pedro Sáenz,
      escucharle su historia a Paula Flores
        que necesita repetir y repetir
          cómo acabaron con su hijo en Santa Fe.

Así se te va el hoy
en nombre de mañana o de pasado,
así perdés el centro
en una despiadada excentración
a veces útil, claro,
útil para algún otro, y está bien.

                  Pero vos, de este lado de tu tiempo,
                  ¿cómo vivís, poeta?,
                  ¿cuánta nafta te queda para el viaje
                  que querías tan lleno de gaviotas?

4)
No se me queje, amigo,
las cosas son así y no hay vuelta.
Métale a este poema tan prosaico
que unos comprenderán y otros tu abuela,
dése al menos el gusto
de la sinceridad y al mismo tiempo
                  conteste esa llamada, sí, de acuerdo,
                  el jueves a las cuatro,
                  de acuerdo, amigo Ariel,
                  hay que hacer algo por los refugiados.

5)
Pero pasa que el tipo es un poeta
y un cronopio a sus horas,
que a cada vuelta de la esquina
le salta encima el tigre azul,
un nuevo laberinto que reclama
ser relato o novela o viaje a Islandia,
(ha de ser tan traslúcida la alborada en Islandia,
se dice el pobre punto en un café de barrio)
         Le debe cartas necesarias a Ana Svensson,
         le debe un cuarto de hora a Eduardo, y un paseo
         a Cristina, como el otro
         murió debiéndole a Esculapio un gallo,
         como Chénier en la guillotina,
         tanta vida esperándolo, y el tiempo
         de un triángulo de fierro solamente
         y ya la nada. Así, el absurdo
         de que el deseo se adelante
         sin que puedas seguirlo, pies de plomo,
         la recurrente pesadilla diurna
         del que quiere avanzar y lo detiene
         el pegajoso cazamoscas del deber.

la rémora del diario
con las noticias de Santiago mar de sangre,
con la muerte de Paco en la Argentina,
con la muerte de Orlando, con la muerte
y la necesidad de denunciar la muerte
cuando es la sucia negación, cuando se llama
Pinochet y López Rega y Henry Kissinger.
         (Escribiremos otro día el poema,
         vayamos ahora a la reunión, juntemos unos pesos,
         llegaron compañeros con noticias,
         tenés que estar sin falta, viejo.)

6)
Vendrán y te dirán (ya mismo, en esta página)
sucio individualista,
tu obligación es darte sin protestas,
escribir para el hoy para el mañana
sin nostalgias de Chaucer o Rig Veda,
sin darle tiempo a Raymond Chandler o Duke Ellington,
basta de babosadas de pequeñoburgués,
hay que luchar contra la alienación ya mismo,
dejate de pavadas,
elegí entre el trabajo partidario
o cantarle a Gardel.

7)
Dirás, ya sé, que es lamentarse al cuete
y tendrás la razón más objetiva.
Pero no es para vos que escribo este prosema,
lo hago pensando en el que arrima el hombro
mientras se acuerda de Rubén Darío
o silba un blues de Big Bill Broonzy.

            Así era Roque Dalton, que ojalá
            me mirara escribir por sobre el hombro
            con su sonrisa pajarera,
            sus gestos de cachorro, la segura
            bella inseguridad del que ha elegido
            guardar la fuerza para la ternura
            y tiernamente gobernar su fuerza.
            Así era el Che con sus poemas de bolsillo,
            su Jack London llenándole el vivac
            de buscadores de oro y esquimales,
            y eran también así
            los muchachos nocturnos que en La Habana
            me pidieron hablar, Marcia Leiseca
            llevándome en la sombra hasta un balcón
            donde dos o tres manos apretaron la mía
            y bocas invisibles me dijeron amigo,
            cuando allá donde estamos nos dan tregua,
            nos hacen bien tus cuentos de cronopios,
            nomás queriamos decírtelo, hasta pronto—

8)
Esto va derivando hacia otra cosa,
es tiempo de ajustarse el cinturón:
zona de turbulencia.

                                                                                              
Nairobi, 1976

jueves, 9 de octubre de 2014

Saudade


llevo en la sangre el mar
la tristeza
el retirarse y volver
eterno
de las olas

y el tiempo
y la distancia
y el amor

llevo en la sangre el mar
y la sal
y el llanto de mil mujeres
que habitaron el mundo
que sufrieron el mundo

que lo cambiaron

que nos dejaron la tarea
de hacerlo de nuevo
y las manos rotas
y un jardín de Edén

lleno de espinas

llevo en la sangre el mar
la melancolía
y el goce del dolor
que me mantiene viva
que me endurece la piel