sábado, 6 de junio de 2015

Furtivo

Cada vez que cerraba la puerta detrás tuyo me quedaba la misma sensación. La sensación de todo lo dicho, y de todo lo que no. El deseo de besarte, de robarte un solo beso. La distancia de los cuerpos, que en cada abrazo eran más distantes. La distancia que aumentaba cada vez que cerraba la puerta sin poder tocarte. Cada vez que te escuchaba como si pudiera morirme así, como si sólo escucharte, como si sólo mirarte, como si no necesitara nada más. La sensación de que podía morir así, en uno de esos días. Pero no sin haberte besado, no sin haber sentido como se siente tu piel en la yema de mis dedos, en mis labios. No sin haberte recorrido todo el cuerpo con la boca, con la lengua, con las palabras. Cada vez que cerraba la puerta me quedaba la fantasía, me quedaba el deseo, me quedaba el amor. De este lado, de mi lado. Cada vez que cerraba la puerta me quedaba sola. Y no sabía que hacer con todo ese placer en la punta de los dedos, en el filo de la lengua, en el fondo de mis ojos. 
Y cerrar los ojos y besarte, imaginar tus labios, sentirlos casi reales en los míos, sentir tu saliva en mi boca, tus manos en mi cintura, en mi cuello, jugando con mi pelo. Cada vez que cerraba la puerta me prometía que alguna vez te iba a robar un beso, o te lo iba a pedir, que alguna vez te iba a besar. Y tu boca iba a recuperar su lugar de boca, de besos, vacía de palabras tu boca, llena de besos por alguna vez. Solo por alguna vez.

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