martes, 15 de octubre de 2013

Sin puntos suspensivos III

Desde que lo leí en mi adolescencia me dio vueltas en la cabeza un cuento de Borges, de esos que no son especialmente memorables, salvo por una frase de aparente insignificancia pero de mucho contenido que se me quedó grabada. Sin entender incluso qué tenía que ver conmigo (porque a uno le dan vueltas las cosas que más bien tienen algo que ver con eso que se llama nuestra subjetividad, que no es más que nuestra historia, que ni siquiera es tan nuestra y tan individual). Algo así como el instante en que se dio cuenta que el otro era él, desde ya no es literal, mi mala memoria nunca lo permitiría. Y recién 12 años después entiendo qué tiene que ver conmigo, que no lo tenía en ese momento (o sí evidentemente, por algo quedó ahí) y lo tiene ahora. 
Nunca encontrarse en otra fue tan claro, incluso en sus aspectos más inconcientes. Incluso leyendo las primeras palabras de esto que escribo, tan tuyas, que no te gustan las puertas abiertas, que le temés a las puertas abiertas. Que le temés tanto que ni siquiera querés hablar de eso, espanto.
Todo para terminar escribiendo, como vos, con la tristeza. Duró poco el intento de otra cosa, casi no duró, aunque sí lo suficiente para que quede la pena, sin el olvido.

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