jueves, 16 de julio de 2015

Adoraciones

Algo se activaba cuando un nuevo ser entraba en su órbita. Entonces retomaba el movimiento. Ese contoneo histérico que hacía sonar campanillas, que creaba una música a la cual era difícil resistirse. El poder de atracción era casi irresistible. Y se le hacía imperceptible a todo el que entrara a formar parte del centro de gravedad de su propio ser. Se alimentaba de sus deseos, de sus pasiones, de la admiración que desataba en cada uno de ellos. Se alimentaba y los alimentaba con sus estertores. 

De repente el deseo, su deseo, desaparecía, y los cuerpos que ya estaban girando rítmicamente a su alrededor se suspendían en el aire, ya sin fuerza, ya con la fuerza propia, que algunos habían perdido en ese juego gravitatorio, y caían. Caían estrepitosamente. Los que quedaban, lo hacían librados a su propia suerte, y entonces se producía el milagro y comenzaban a bailotear entre ellos y festejaban y se encontraban y circulaban besos, caricias y espuma. 

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